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En medio de un mundo estremecido por la más leve quiebra o merma de los derechos humanos, veo y oigo, en un noticiario, y sin que nada se conmueva, que la locutora se hace eco de una noticia a la que ella y el compañero que la desarrolla tildan como «un inteligente modo de burlar a los turistas». La cuestión es que el ayuntamiento de Girona ha pedido a Google Maps que borre el itinerario en coche por el casco antiguo. Y, en paralelo, el ayuntamiento de Barcelona ha ocultado, por la misma vía, una línea de autobús que era, dicen, frecuentada por hordas de estos «entes», con el consiguiente trastorno para los patrios usuarios.

El asunto, si soporta razón, es en la masificación y sus inconvenientes, pero hay algo en él que repugna, porque cuando afirmamos «engañar a los turistas», estamos refiriéndonos, aunque no lo parezca, a seres humanos. Personas como nosotros que tienen todo derecho, en su visita a nuestro país, a recibir información precisa y veraz de aquellos lugares que desean visitar y los medios de transporte que pueden utilizar para acceder a ellos. Lo contrario es una grave quiebra de sus elementales derechos.

Si se ha de limitar y regular el turismo, hagámoslo, pero con la seriedad que se le exige a la administración, porque si avanzamos por esta peligrosa vía, cabe que un día los conduzcamos, como si de una ingeniosa broma se tratase, a profundos despeñaderos o jibaricemos en beneficio de la comunidad autóctona.