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Las aceras están alineadas y el pavimento óptimo. Ni un baldosín roto o suelto. Ningún coche interrumpiendo el paso. Ni aviesos ciclistas o patinadores rompiendo la monotonía de caminar sereno. Las calzadas planchadas hasta el exceso. Sin baches, agujeros, tapas sueltas de alcantarillas, suministros de redes eléctricas o telefónicas como castigo a automovilistas y sobresalto de autobuses y camiones. Los semáforos coordinados, sin el peligro intermitente de luces “ámbar-verde”, al discurrir de inofensivos peatones…

¡Oiga!, todavía más. Calles y plazas impecables. En perfecto estado de revista los bancos, los monumentos, los parques infantiles, las fuentes y las fachadas de edificios sin pintadas. Las gentes sonrientes, simpáticas, felices. Fuera rostros malencarados, pedigüeños, borrachines con vino tetrabrik en sus manos temblorosas. Una ciudad con trabajo para todos. Sin crisis económica ni primas de riesgo, bolsa boyante y dinerito fresco para satisfacerse un capricho. Sin recortes ni subidas de impuestos o copago médico-farmacéutico.

Servicios sociales a todo gas. Educación, cultura, enseñanza a todos los niveles eligiendo cada uno su vocación porque se rendirá mejor al ejercer la profesión. También tribunales de justicia con musgo en sus accesos por haberse alcanzado la ecuanimidad social y los chorizos, corruptos y malos gestores hayan recibido una patada en el culo arrojándolos de nuestra convivencia. “Hoy la tierra y los cielos me sonríen –remedo al poeta de mi juventud–; / hoy llega al fondo de mi alma el sol; / hoy he visto así a La Coruña…/ ¡Hoy creo en Dios!”. Pues ha hecho que en la ampliación de la pista de Alvedro aterricen aviones trasatlánticos y que pueda abrazar a mi hijo en San Cristóbal que ha venido desde Madrid utilizando el AVE.