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Será que se acerca el verano y el sol ya ilumina tanto gris que nos rodea. O que estamos cansados de dramas, hartos de indignarnos con los corruptos, con los insensibles y con los inoperantes. Será por todo eso, y por que no nos resistimos a sonreír si se nos da la oportunidad, que estos días se comparte en la red un vídeo de esos que te reconcilia con el ser humano.

Apenas cuarenta y ocho segundos de grabación casera. Un barrendero en la puerta de un colegio y un montón de escolares esperando a que comience la función. “¿Qué tal estáis?”, saluda, como si del más famoso payaso de la tele se tratase. Los niños responden, emocionados, y se aprietan contra los barrotes de la verja para ver mejor a su animador de cada mañana. “Las manos arriba”, les invita. Y otra vez: “¿Qué tal estamos?”. Con su público entregado, llega la apoteosis. La canción de “Bob Esponja” a pleno pulmón. Un coro de vocecitas da la réplica al trabajador con dotes de Flautista de Hamelin, que consigue de los pequeños un último “bien” antes de despedirse. Ya puede seguir con su tarea mientras los niños corren a sus clases.

Llegar al trabajo con cara de satisfacción se antoja una ofensa a ojos de algunos. No tener esa arruga eterna en la frente se entiende como un desafío al desencanto reinante

Todos los días ocurren cosas extraordinarias. Detalles casi insignificantes o locuras magníficas. No llenan los periódicos, pero con suerte alguien las hace públicas en internet. Una foto, un vídeo. Tembloroso o mal encuadrado, es lo de menos. Nos llega a través de algún amigo y enseguida lo compartimos. Porque igual que la pena entre dos es media pena, la alegría compartida es doble alegría. Y estamos deseando tener alguna de la que hacer partícipes a todos.

A veces parece que nos olvidamos de que hay personas felices. Y hay quien diría que últimamente casi tienen que pedir disculpas por serlo. Llegar al trabajo con cara de satisfacción se antoja una ofensa a ojos de algunos. Caminar por la calle tarareando una canción, sonreírle al bebé con el que te cruzas, o simplemente, no tener esa arruga eterna en la frente se entiende, para unos cuantos, como un desafío al desencanto reinante. Pero la realidad es que no todo es malo. No todo el tiempo. Y hay barrenderos que paran delante de un colegio para hacer que los niños empiecen el día contentos. Y hay quien saca un teléfono móvil para que el momento no se pierda.

De vez en cuando recibimos una dosis de alegría. Un vídeo enternecedor, un oasis en medio de una mañana estresante. Un mensaje de alguien querido que quiere decirnos que se acuerda de nosotros. Una canción que nos lleva a tiempos mejores. Los dramas y la indignación seguirán ahí por mucho tiempo, me temo. Y también los gestos que nos hacen pensar que no todo está perdido. Afortunadamente.