La ley del silencio
Elia Kazan, el famoso director de cine, emigró con su familia desde Turquía a Estados Unidos a principios del siglo pasado. Allí acabó convirtiéndose en una celebridad, bien es verdad que tuvo que pagar un costoso peaje para su integración en la sociedad norteamericana de los años 50: la delación, durante la famosa “caza de brujas”, de sus colegas comunistas ante el Comité de Actividades Antinorteamericanas. Esta experiencia traumática le llevó a dirigir dos de sus grandes películas, América, América y La ley del silencio, en las que trataba de los dos temas que más le preocupaban: el amor por su país de acogida y la denuncia de comportamientos injustos y perjudiciales.
Sin duda el maccarthismo, al comienzo de la guerra fría, estuvo lleno de sombras, provocó falsas delaciones y demonizó a personas inocentes. Sea como fuere, el personaje que encarnaba Marlon Brando, Terry Malloy, en la Ley del silencio, enfrentándose a los jefes mafiosos de los sindicatos comunistas de estibadores del Puerto de Nueva York, es ya un icono de quien decide, aún a riesgo de su propia vida, romper la mordaza que pretendían imponerle.
No sé qué es peor: incitar a la delación o imponer el silencio; ese fue el dilema de Elia Kazan. Es verdad que, a diferencia de lo que ocurría en su tiempo, hoy somos más sensibles con lo que llamamos libertad de expresión; incluso calificamos de mordaza leyes que intentan salir al paso de determinadas conductas y manifestaciones agresivas. Sin embargo, esa otra “ley del silencio”, la de los sectarios o mafiosos que intentan acallar con actitudes violentas o amenazantes a quienes no están de acuerdo con ellos, continúa totalmente vigente.
Un buen ejemplo son los representantes de determinadas ideologías, las populistas y especialmente la de género, cuyos partidarios están siempre dispuestos a imponer su “ley del silencio” a todos los que discrepen con ellos; eso sí, seguidos por los pusilánimes y acomplejados que desde los medios se rasgan las vestiduras, si algún obispo o alguna otra persona se atreve a llamar a las cosas por su nombre. Tales atrevimientos se pagan caros con la persecución y el acoso durante días y días, sino meses, semanas e incluso años.
Estamos a merced de los peores enemigos de la libertad, los que no soportan la verdad. No es casualidad que, a tales individuos, todo lo que huela a decencia y honradez les revuelva el estómago; mientras aplauden las payasadas de un líder bolivariano, que tiene sumido a su pueblo en la pobreza, o se suman a cualquier postura zafia o aberrante, incluso violenta, que vaya en detrimento de quienes consideran sus peores enemigos, los que se atreven a hablar sin su aprobación.
