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En el último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas –CIS–, el 67,5 por ciento de los españoles confiesa que están poco o nada satisfechos con la forma en que funciona la democracia en España. Es decir, una mayoría significativa de ciudadanos piensa que hay un déficit democrático en nuestro país.

Es que hay días en los que da la impresión de que la democracia, que debería ser transparente y hacernos iguales en derechos y deberes, es secuestrada por el Gobierno, por los partidos políticos, por los políticos mismos, por las instituciones o por personajes singulares propios de la celtiberia de Carandell.

La baja calidad de la democracia se percibe cuando el Gobierno indulta a políticos corruptos o a los Mossos d’Esquadra condenados por tortura, mientras niega esa gracia a un exdrogadicto de Vigo rehabilitado porque no tiene un padrino que interceda por él; cuando el mismo Gobierno decreta la amnistía fiscal para que se acojan a ella los defraudadores mientras, por un puñado de euros, paraliza la actividad de empresas o amenaza de embargo a los contribuyentes de siempre; o cuando el mismo Gobierno impide que la Fiscalía llegue al fondo en los desastres de la banca mientras empobrece a los ciudadanos con su política de austeridad o no actualiza las pensiones.

Esos mismos ciudadanos, castigados por el Gobierno, ven con estupor el goteo diario de casos de corrupción política en gobiernos autonómicos y municipales –y en instituciones– sin que los partidos políticos pongan todo su empeño en instaurar un código de conducta que rija el comportamiento de los políticos.

Hay más ejemplos. La gente no sale de su asombro al ver que la patronal situó en su cúpula a un presunto delincuente que dejó el camino sembrado de víctimas de su “blanqueo de capitales y alzamiento de bienes”. Y alucina al constatar que nada pasa cuando el error de un juez provoca que la Audiencia Nacional ordene poner en libertad a un grupo de imputados por actividades delictivas de la llamada “mafia china” a la que cada día se le descubren nuevas ramificaciones.

Son algunos casos de perversión de la democracia que hartan al ciudadano, ejemplos de que en la sociedad persisten comportamientos indecentes que engendran mucho desencanto democrático. Alguien debería pensar en la regeneración del modelo para evitar que, en palabras del escritor García Ortega, llegue tarde o temprano un estallido social.