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Los números que dirigen nuestra vida ya no son los que eran. No hace tanto nos preocupaban los años que se asomaban a las arrugas de los ojos, los kilos que se resistían a desaparecer de la báscula, las cifra de las decenas de la factura del teléfono, o los puntos de nuestro equipo. Ahora todo gira en torno a índices económicos que hacen tambalearse a los países a poco que oscilen. La prima de riesgo se dispara y la Bolsa se hunde. O viceversa. Bruselas muda de humor y los valores nacionales caen en picado. Ya no somos fiables. Nos sobrevuelan los fantasmas del rescate y la intervención, ya integrados en la cultura popular. Como el hombre del saco.

Nos hablan del déficit del Estado y de la deuda de las comunidades. Del techo de gasto. De los créditos, que ahora usan para que los ayuntamientos paguen sus facturas atrasadas. Nada en la columna del haber y demasiado en la del debe. Escuchamos discursos sobre un futuro mejor con la ayuda de todos. La misma petición –que sigamos inventando agujeros en el cinturón hasta que nos falte el aire– días tras días, mes tras mes.

Hasta que todo salta por los aires. Y se produce el mayor cataclismo bancario de nuestra historia. Miles de millones que no tenemos, inyectados a una entidad que fracasó en su gestión. No como un préstamo, sino como una inversión. Capital, dice el nuevo presidente del banco, con ese punto de arrogancia de los que siempre caen de pie. Seguimos con la boca abierta cuando comienzan a hacerse públicos otros números. Casi catorce millones de euros en concepto de pensión para un exdirectivo de esa entidad. Casi dos y medio se embolsó su expresidente el año pasado, mientras la matriz del banco perdía más de tres mil trescientos. Con cerca de sesenta y nueve –otra pensión millonaria– desembarcó el nuevo responsable. Ese que se agarra ahora al rescate público. Cantidades de las que nadie dará cuentas. El gobernador del Banco de España, ya con sus maletas hechas, dice que le gustaría hablar, pero que el Gobierno y la oposición no lo consideran oportuno. Los españoles de a pie no lo entenderíamos. Demasiado complejo, quizá.

Entendemos lo que significan las estadísticas del desempleo. Lo que suponen los recortes en servicios básicos. La reducción de los sueldos. Y ese reproche rastrero de que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. Es probable que con el caso de Bankia se nos escape la terminología. Incluso que sea necesario que nos lo cuenten dos veces. Aunque mucho me temo que la cuestión no es nuestra capacidad, sino que es incomprensible.