Soledad y cansancio
No dejo de visitar mi banco hexagonal de la Coraza del Orzán. Necesita aliento y vigor. Fraternidad, comprensión y tolerancia para superar las horas difíciles que atraviesa. Le hablo con la sencilles franciscana de las florecillas de Asís. “Hermano, te doy nuevos brios”. Contesta con sonrisa irónica plegada en carcajada hostil y nostálgica. “Cierto, la esperanza es lo último que se pierde, pero son muchos flecos a la intemperie. Como el Deportiviño debatido por crisis institucional y hundido allá en el fondo de la clasificación... Es lo que hay. A lo mejor consigue que el alcalde paralice estas obras o las reordene distintas como hizo con la adjudicación del cuidado del Acuario a Vendex. No me cabe otra reflexión a final de año”.
Hay que aceptar la soledad y el cansancio inherentes con la vida. Canciones de películas u otros acontecimientos populares que hacen recordar otros tiempos aún cuando sus emociones nos bloqueen. Quisiéramos ser perfectos, acertar en todo, ser vanguardistas... y únicamente somos pobres diablos a un palmo del suelo. Queremos volver a la juventud, a los sueños utópicos, a creer que todo el monte es orégano. Sin embargo, ¿por qué nos rodea tanto dolor?, ¿dónde diablos está Dios?
Al hablar lenguaje franciscano no sobra tratar a “todo” –cosas, animales, hombres– como hermanos. Así lo interesante radica en dar, aunque recibamos poco, puesto que encontrar un amigo merece la pena, suavizando nuestro carácter y sin armas. Dado que muchas veces el problema para relacionarnos somos nosotros mismos. Hay que saber escuchar para que el otro vuelque su camión de inquietudes y problemas. No olvidemos que amar es la pobreza de no poseer al otro. “Mira –aclara mi banco hexagonal–, no tengo nada para agradecer tus palabras de ánimo. Te compensaré con algo excepcional: Esta puesta de sol desde el monte de San Pedro, volcándose los colores del ocaso sobre la bahía del Orzán”.
