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LOS RUIDOS DEL SILENCIO

“La espiral del silencio” es una de las mejores aportaciones de la ciencia política y de la comunicación, propuesta en los años setenta del siglo pasado por la politóloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann. Según ella, los individuos adaptan su comportamiento a las actitudes predominantes sobre lo que es aceptable y lo que no.

Parte del supuesto básico de que la mayor parte de las personas tienen miedo al aislamiento y por ello tratan de olfatear la opinión mayoritaria o políticamente correcta para luego sumarse a ella y no quedarse descolgados en minoría, entre los perdedores.

Lo recordaba la profesora Edurne Uriarte en un magnífico artículo publicado hace pocos días en un periódico de difusión nacional a propósito de la soledad de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, en la defensa de los símbolos de la nación que tan por los suelos había dejado buena parte de las aficiones vasca y catalana en el partido final de la Copa de España o Copa del Rey.

Hay –decía con toda razón la profesora Uriarte– algo más grave, mucho más grave que la pitada atronadora del Calderón. Se trata del silencio casi generalizado de la élite política y de casi toda la intelectual. El miedo a la defensa elemental de los símbolos nacionales. El tembleque de piernas de los líderes o de quienes deberían serlo ante la ofensa a la nación, a la dignidad de las instituciones y los sentimientos de la mayoría de los españoles. El pánico a la pérdida de imagen. La imposición del radicalismo independentista, con el apoyo de todo el nacionalismo y del socialismo, con el silencio de la derecha y con la complicidad de buena parte de los grandes medios.

A corto plazo, quienes huyeron del compromiso han ganado en tranquilidad. Pero con un poco más de perspectiva, el ataque de pánico de nuestros líderes puede tener consecuencias graves. El mensaje mayoritario dejado sobre la poca rentabilidad social y política que tiene el ejercicio de la españolidad y sobre el arrastre que con impunidad han sufrido los símbolos nacionales porque nadie o casi nadie ha sido capaz de defenderlos, ha de resultar demoledor.

Nadie o casi nadie quiso quedarse descolgado. Incluso el propio Gobierno que, aún con la que está cayendo, algún criterio político debería haber recordado al efecto. Porque no todo y solo es economía. Y porque ¿quién va a creer en nosotros si nosotros mismos no creemos en lo que somos?

Como en otras tantas situaciones, aparentar que no pasa o no ha pasado nada a da carta de normalidad, a asentar peldaños y a afianzar conductas que al menos de alguna reprobación o reproche hubieran sido merecedoras. Luego nos quejaremos cuando de estos polvos vengan irremisiblemente nuevos lodos.