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Ahuciar. Esperanzar o dar confianza.

Generaciones de españoles se convencieron hace tiempo de que la felicidad la da la propiedad. El afán de posesión se legó de padres a hijos, como esos pisos que la gente compraba con idea de dejar en herecia a sus descendientes. Las ciudades se extendieron como grandes manchas en la tierra, salpicadas de nuevos barrios salidos de la nada en tiempo récord. No todos bonitos. No era necesario. Solo cuatro paredes de las que saberse dueño.

Las créditos se concedían con solo presentarse en la oficina del banco. Las hipotecas crecían al mismo ritmo que las torres de ladrillo. Jóvenes parejas con más ilusión que posibilidades económicas y matrimonios que llevaban media vida ahorrando firmaban para ser orgullosos propietarios una vez cumplidos los sesenta. Y con una televisión de regalo. Era la época de las sonrisas y las buenas palabras.

Desahuciar. Quitar a alguien toda esperanza.

Un día, empezaron los despidos. Las regulaciones, las absorciones y los cierres de negocios dejaron sin trabajo a los hipotecados. Las firmas en aquellos papeles se volvieron sentencias que hundían en un pozo de deudas. Del banco ya no había palabras sino de amenaza. La Policía los sacó de su hogar y desde el desamparo siguieron pagando una casa que ya no tenían. Las sonrisas se volvieron muecas de pánico. Y algunos decidieron que preferían la muerte antes que la calle.

Una desahuciada se arrojó al vacío instantes después de abrir la puerta a quienes iban a ejecutar el desalojo. Un acto de desesperación que parece tener también algo de sacrificio. Una llamada a la compasión que ha abierto el debate.

Los políticos se dicen comprometidos con las familias, los bancos se humanizan. De nuevo las buenas intenciones. Nadie quiere llevar sobre sus espaldas la carga de una muerte. Cada drama particular frenado es una victoria. Un mes de prórroga es un mes de vida. Aunque retrasar lo inevitable no es solucionar el problema.

Se pactan contrarreloj medidas que pongan freno a la tragedia. Tan imprescindibles como tardías. No llegan a tiempo para las cuatrocientas mil familias que hicieron las maletas entre lágrimas porque no hubo un suceso que conmocionase a la sociedad y despertase las conciencias de los que tienen el poder.

No hay fórmula sencilla cuando se trata de vidas humanas. Ni cuando se trata de dinero.

Ahuciar es un término en desuso y una acción casi desaparecida.

Ojalá mañana ahucien.