LA HISTORIA SE REPITE
En los años ochenta y noventa estallaron casos de corrupción, algunos muy sonados, que escandalizaban a los ciudadanos. Había días en los que se removían los cimientos de las instituciones del Estado afectadas y parecía que el mundo democrático se hundía debajo de nuestros pies.
Rescato del recuerdo aquellos episodios a propósito de lo que nos está pasando ahora, no solo por la ola de corrupción, sino por el descrédito en el que han caído el país y muchas de las instituciones fundamentales dentro de la estructura del Estado que deja a los ciudadanos perplejos.
Fuera no nos creen. Europa y los mercados desconfían de la seguridad de nuestra deuda, de la veracidad de las cuentas públicas y de la solvencia del sistema financiero, con Bankia como último ejemplo. Por desconfiar, hasta desconfían de un Gobierno desconcertado y de su plan de reformas que, a juicio de Bruselas, en unos casos se quedan cortas y en otros están desenfocadas. Y desconfían de la oposición mayoritaria que tuvo el poder y no supo –o no quiso– ejercer la acción de gobierno. Nos ven como un socio poco riguroso y nada fiable que opta por ocultar sus problemas antes que enfrentarse a ellos. ¿Quién se puede extrañar de que se cierren los mercados y huyan los capitales?
En paralelo, dentro se propaga el pesimismo. La crisis, además de causar un desastre económico, salpica al tejido institucional y “amenaza con llevarse por delante un impresionante esfuerzo colectivo por dotarnos de instituciones estables y eficaces”, dice Fernando Vallespín. Tenemos una clase política desprestigiada y ahora mismo están en la picota la Monarquía, el descontrol autonómico, la banca, el Consejo General del Poder Judicial, el Tribunal Constitucional, el Banco de España y la CNMV… Parece que la historia se repite y el mundo se hunde de nuevo a nuestro alrededor, como ocurría en los años ochenta y noventa.
¿Queda algo a que agarrarse? Un personaje de Forges reflexiona: “Me temo que en estos tiempos lo único que está a la altura de las circunstancias es la indignación ciudadana ante la desvergüenza”, pero yo me resisto a creer que la indignación y el pesimismo sean lo único que cotiza al alza. Nos quedan dos asideros: más democracia para salvar las instituciones y más unidad política y más trabajo para combatir el vendaval de los mercados y ayudar a levantar este país, que hace aguas por todas partes. En eso consiste el patriotismo.
