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Se podría confeccionar un tratado acerca de la primogenitura de la gallina o la del huevo, y por poder, se podría incluso escribir un argumentario isagógico que nos introdujese en el arte de la retórica en contra de la razón en su más puro estilo kantiano, pero con probabilidad, no llegaríamos a conclusión alguna que tuviera los mínimos indicios necesarios para convertirse en una tesis con base científica.

Conjeturas aparte, tras el inenarrable concierto de Maxim Vengerov del pasado viernes en Palacio, compaginando esta vez los papeles de violinista y director, bien podríamos afirmar que el bagaje musical de algunos instrumentistas, a veces, les capacita para emprender mayores responsabilidades, como el de dirigir orquestas. Estaríamos hablando exclusivamente de los músicos que en sus interpretaciones demuestran estar muy por encima de lo que los cánones definen como estereotipos y que no atienden a parámetros de ejecución minimalistas con reminiscencias domésticas.

Llegados a este punto nos preguntamos: ¿fue casual que Vengerov se formara en el estudio y método de las técnicas violinísticas y posteriormente evolucionara hacia la dirección orquestal, o por lo contrario, el dominio absoluto de los sistemas armónicos y melódicos, tanto del instrumento como de su música, le permitieron poder observar y entender las partituras orquestales con un detalle y abstracción muy por encima de lo que podríamos considerar como normal, pasando así a ofrecernos una lectura con exposición de motivos y temas de carácter espacial?

El concierto BWV 1043 de Bach abrió el programa. Interpretado mano a mano con Massimo Spadano, hizo las delicias de un público que demostró su pasión por el arte musical de altura: un diálogo perfectamente concertado. El KV 218 de Mozart cerraría la primera parte, no sin antes ofrecer la versión definitiva de la “Tzigane” de Ravel en una manera improvisatoria.

Pero lo mejor de la paleta de recursos expresivos de Vengerov aparecería en la Sinfonía nº 3 “Heroica”, de Beethoven, y en especial en su “Marcia funebre”: extraordinaria definición seccional con una profundidad que podríamos definir como “in modo antiquo”. La elección de los tempis marcó un estilo sólido, meditado y nada circunstancial.