UPA rompe tabús con clases de baile para personas con discapacidad
La propuesta nació el año pasado de mano de la ASCM y desde entonces ha crecido el número de participantes

En pleno barrio de A Gándara, en Narón, hay una academia de baile que ha decidido desafiar a las creencias populares y los tabús que envuelven el mundo de las artes escénicas. Un Paso Adelante (UPA) lo tiene claro, no hay ninguna restricción si las ganas de hacerse con la pista están dentro y, por ello, todos los martes a primera hora de la tarde, hay unas clases pensadas para fomentar la inclusividad y romper los prejuicios y que “están funcionando realmente bien”, explican desde UPA.
Se trata de sesiones que nacieron el año pasado de la mano de la Asociación Sociocultural ASCM y que contaban con 8 alumnos. Sin embargo, en el presente curso ya son 13 los que se animan a seguir los ritmos, acompañados de voluntarios de la entidad, aunque las puertas siguen abiertas para todos aquellos interesados. Al frente de la escuela se encuentra Sandra García, que tiene claro que esta propuesta no solo beneficia a los bailarines, “que vemos que tienen una motivación muy grande que les empuja a venir, sino que nosotros, desde el centro, nos sentimos realmente felices y, si venir a una de nuestras clases mejora el día de una persona, nosotros más que encantados”, asegura.

Siendo conscientes de este crecimiento en solamente un curso, no es de extrañar que continúen apostando por esta propuesta que empezaron con la intención de demostrar que “no solo pueden bailar las personas sin discapacidad”. García comenta que “hay muchas maneras de poder hacerlo, y aquí se usa la expresión corporal, la música y las capacidades de cada uno. No hay más. Todos tenemos nuestra manera propia, pero a veces la gente no entiende que, por ejemplo, alguien que está en silla de ruedas también sea capaz”.
En esta cuestión también está de acuerdo la profesora de estas sesiones, Laura Lorenzo, estudiante de último curso de Educación Social y miembro del Comité de Inclusión de la Federación Española de Baile Deportivo. Recuerda que durante el año anterior “hicimos un vídeo para las redes sociales y vimos cómo la gente se sorprendía porque una persona con discapacidad pueda bailar. No tiene mucho sentido, pero todavía pasa: eso es lo triste. Lo llamamos inclusivo para diferenciar la actividad, sí, pero es al final, es simplemente baile”, remarca.
Conocer a las personas
Dividiendo el curso en trimestres, en el primero se van creando pequeñas coreografías, conociendo pasos; en el segundo es cuando la música cobra importancia y el tercero se dedica a la técnica.
Sin embargo, antes de que todo ello pueda llevarse a término, hay un trabajo realmente importante: conocer a las personas. Una parte que Lorenzo considera esencial, independientemente del grupo del que se hable. “Tenemos que saber con quién estamos trabajando, conociendo todo tipo de limitaciones como la edad o, por ejemplo, si se sufre de vértigos. Normalmente, a lo largo del primer día nos centramos en eso, buscamos el movimiento de cada uno en relación con la música o la interpretación. Ahí ya podemos ver qué movilidad tiene en el tren superior una persona en silla de ruedas, o saber si necesitan algún tipo de apoyo aquellos que tienen una ceguera completa o parcial”, cuestiones que van a repercutir en qué coreografía montar para ese grupo.
Teniendo esto claro, Lorenzo crea piezas que parten de la idea de que “todos se sientan involucrados” y en las que, independientemente del ritmo, no se olvide la diversión, pero que supongan, al mismo tiempo, todo un reto, con la idea de “siempre intentar dar un poco más”.

Para ello, la educadora expone que “lo primero que hago es saber qué movimientos se pueden hacer, ya que una persona que no es capaz de mover su silla va a necesitar a otra que le ayude. Entonces, tenemos que ubicarnos, crear las ayudas que cada uno busque, adaptar el proyecto a los movimientos y saber cómo desarrollar las adaptaciones necesarias”. En este punto también juega una importante papel el propio espacio y en UPA se cercioran de que no haya barreras con entradas amplias o estancias sin obstáculos.
Más allá, entra la magia de Lorenzo. En sus clases hay quien puede elegir dónde colocarse para darlo todo en la pista, pero ella se asegura de que otros tengan posiciones asignadas con las que no perderse ni un solo segundo de sus explicaciones, “porque hay quien tiene una discapacidad visual parcial y me ve desde el lazo izquierdo, pero otros desde el derecho, y hay quien necesita un apoyo constante. Saber dónde me coloco yo y dónde ellos es primordial para poder llevar bien la clase".
Una asignatura pendiente
La directora de UPA asegura, además, que entre las paredes de esta escuela se hace “mucho más que baile”. Con esto hace referencia no solo al bienestar que conlleva el ejercicio físico per se, sino a que “tanto la música como el baile permiten que todas las personas se evadan de los problemas del día a día. Eso lo notamos muchísimo”. Además, el trabajo en equipo genera una sensación de pertenencia que se traslada de niños a adultos y que se entremezcla con la expresión de emociones, una parte crucial a la hora de poder liberarse de las tensiones que puedan llegar a generar una rutina.
Sin entender de edades, García explica que en el centro se dan cita “desde niños a partir de cuatro años hasta mayores de 70” que comparten una afición común. Bachata, salsa, rueda cubana o bailes sociales y de competición –esta academia cuenta con un palmarés que incluye reconocimientos como campeones de España, título que intentarán renovar a finales de este año con varios conjuntos de bailarines, pero también a nivel mundial, tanto por parejas como en modalidad de grupos– se entremezclan en el espacio, en el que también se pueden encontrar todo tipo de entrenamientos con un nexo: la música.

Y a pesar de que una gran cantidad de alumnos y alumnas pasan por estas instalaciones a lo largo de la semana, el caso de los senior, quizá, sea el más curioso. Amantes de los ritmos “de toda la vida” que nunca se atrevieron a tomar clases, pero que “animados por gente que ya está en la escuela o después de acudir a una de las galas de fin de curso, por ejemplo, deciden que ya es hora de disfrutar de aquello que siempre les hizo felices; es su asignatura pendiente. Cuando vienen, la verdad, es que llegan con miedo, pero se van encantados. Y a pesar de que acabas el día agotado, ves a la gente un poco más feliz”, explica García, que reconoce, asimismo, que esto es un motor impulsor para los que están detrás de la propia academia.
Esto pasó el fin de curso del año pasado, cuando el grupo de baile en el que toman parte los usuarios de la ASCM salió por un pasillo que formaron tanto compañeros de academia como presentes en el auditorio, que vitorearon una coreografía protesta, en la que se quiso romper con las barreras con las que se topan las personas con discapacidad día a día. Además, los miembros de esta agrupación se lucieron con chachachá y remataron la jornada con ritmos modernos, dejando así el listón bien alto para sus compañeros de certamen, por muchos títulos mundiales que hubiese presentes en la sala.
“Se sintieron muy arropados, muchos se emocionaron con los aplausos y después, hubo una chica que se acercó para decirnos que ella también quería unirse. Ahora está en el grupo y con el resto, trabaja, disfruta y lo pasa bien”, comenta Lorenzo, haciendo, así, un resumen de estas clases de baile.
