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Día de Difuntos

Marmolistas, funerarios y una sepulturera: los ferrolanos que trabajan “a dos metros bajo tierra”

Sus profesiones están íntimamente ligadas a la muerte y llaman la atención aunque ellos lo viven con naturalidad

Raúl Freire y Santiago Candocia en la marmolería ubicada en San Xoán
Raúl Freire y Santiago Candocia en la marmolería ubicada en San Xoán
Emilio Cortizas

Aunque la única certeza de la vida es que tendrá un final, la muerte continúa siendo un tema tabú para la mayoría. Sin embargo, no son pocos los oficios que forman parte del engranaje fúnebre y quienes los desempeñan conviven a diario con “la parca” con total normalidad. El suyo no se ve como un trabajo corriente, pero son imprescindibles para iniciar el camino del duelo y muestran una sensibilidad común conscientes de que acompañan a las personas en los momentos más duros. 

Para ellos el Día de Difuntos es todos los días, pero en esta jornada señalada en el calendario merecen ser protagonistas a pesar de que su empleo los relegue siempre a un lugar secundario. Marmolistas de arte fúnebre, funerarios y la única enterradora de Galicia, que ejerce en Ferrolterra, relatan unas rutinas laborales, las suyas, que para el resto de los mortales son extraordinarias. 

“Descase en Paz”

Raúl Freire y Santiago Candocia trabajan en Mármoles Candocia, en Ferrol, una empresa que surte a la construcción todo tipo de superficies de mármol, piedra, granito y Corian, pero también se dedican al arte funerario, un sector en el que no han dejado de innovar. 

Si antes las lápidas llevaban únicamente un símbolo religioso, el nombre del difunto y algún detalle sencillo, en la actualidad “realizamos también fotocerámicas; es decir, imprimimos la fotografía directamente en la piedra quedando integrada”, explican, con lo que se pueden ver desde retratos de los fallecidos hasta imágenes de sus paisajes preferidos, sus animales e incluso, en algún caso, su coche. 

Son las familias las que hacen los encargos y fabrican unas cuatro al mes, trabajando con proveedores de Valencia, Bergondo y Pontevedra. “Hay mucha gente que viene, ve la losa, y se pone a llorar. A veces es como si fuese un tanatorio”, relatan, añadiendo que “en ocasiones te cuentan historias que son de aúpa”. Rememoran, entre ellas, la de un hombre joven que les pidió un presupuesto y fueron con él a medir al cementerio puesto que “nos decía que corría mucha prisa porque a él le enterrarían en seis meses y quería dejar todo listo”. 

Con todo, reconocen que las nuevas generaciones no le dan la misma importancia al cuidado de los nichos o a las flores, de ahí que, por ejemplo, estén incorporando rosas de hierro forjado que no hay que reponer. 

Capilla ardiente

A Octavio Castro Cagiao le gusta decir que es “funerario”, como ya lo fue su abuelo Lino, del que heredó el oficio. Al frente de Servicios Funerarios de Galicia, lleva el tanatorio del Juan Cardona en Ferrol y también los de Cedeira y Cariño. 

Para él, como en la mítica serie “A dos metros bajo tierra”, la convivencia con la muerte es natural desde que nació. “Le pasa también a mi hijo, que es pequeño pero lo toma con normalidad. Los comentarios en casa, las circunstancias... Si su padre fuese mecánico hablaría de bujías”, bromea. 

Asegura que es un trabajo “gratificante” en el sentido de que “acompañamos a la gente que lo está pasando mal, cuidamos a la familia” y afirma que la tendencia actual son los velatorios más íntimos, prácticos y ágiles. 

“Preferimos que este trance pase lo más rápido posible” y sea en un ambiente de “tranquilidad”, aunque siempre adaptado al deseo de cada cual. De hecho, a él hay pocas cosas que le llamen la atención porque ha visto de todo, “incluso viniendo varias esposas de un mismo fallecido”. 

Lo que no cambia es que son las mujeres las que mejor se desenvuelven en los momentos iniciales del duelo: “Ves que ellas empatizan más con el ambiente, se lo toman diferente mientras el hombre ‘se lo come’ y por eso tarda más en superarlo”. 

Tocando a muerto

Habiendo tenido solo hijas, Lolo Aneiros —enterrador en San Sadurniño durante 33 años— asumió que ninguna de ellas heredaría el oficio, pero Alicia le dio esa alegría antes de cumplir los treinta. La única sepulturera de Galicia lleva ahora once cementerios en el municipio sadurniñense, Moeche y Cerdido, haciendo las vacaciones de su colega de As Pontes.  

Además de dar sepultura, esta exenfermera de 36 años que reconoce que en su tarea hace “músculo”, aprendió de su progenitor también a ser campanera y anunciar así los fallecimientos, limpiando y segando los camposantos, arreglando los nichos y ayudando en todo lo que pueda, abriéndose camino en un mundo de hombres al que nunca temió. 

Así, limpia las tumbas, las mide y hasta fabrica sus propias tapas de hormigón, reconociendo que ver sufrir a la gente en las despedidas sigue siendo para ella “muy duro”, como también lo es la exhumación, cuando debe ir sacando del féretro e introduciendo en un sudario “huesiño a huesiño; me lleva dos o tres horas porque lo hago con el máximo respeto y cariño, como me enseñó mi padre”.