Los siete secretos de San Julián, la iglesia “rebelde” que pasó del Barroco y será uno de los grandes atractivos de Ferrol
Concebida como una “trilliza” de la Puerta del Dique y los edificios del Arsenal, los ferrolanos no acaban de apreciarla porque desconocen su gran valor arquitectónico

A pesar de que sus torres se ven desde buena parte de la ciudad y de haber dado nombre a una de las arterias principales del barrio de A Magdalena, San Julián no está entre los lugares elegidos por los ferrolanos para presumir cuando reciben alguna visita. Quizás el prefijo “con” al que la relegó la catedral de Mondoñedo tenga algo que ver con este trato de “segundona” que se le dispensa; sin embargo, historiadores y arquitectos coinciden al apreciar que la sustituta de la antigua parroquial es la gran desconocida y, sobre todo, una “joya” que habla del urbanismo ilustrado y “rompedor”.
Quien parece haberse dado cuenta de sus atractivos desde que llegó en 2021 es el obispo de la Diócesis, Fernando García Cadiñanos, acostumbrado a estas alturas a lucir el casco de obra como un complemento casi tan cotidiano como el alzacuellos. No en vano, el burgalés pasará a la historia por haber logrado fondos y respaldos suficientes para acometer las grandes rehabilitaciones pendientes, como esta de San Julián o la de Dolores, además de por su labor pastoral y su trato cercano.
Con la última visita del conselleiro de Cultura a Ferrol, el prelado ejerció de guía en las alturas para que José López Campos viese la ciudad desde el campanario antes de trasladarle al detalle el proyecto, ya definido, para que el templo cuente con un museo interior en el que se mostrarán, entre otras, las valiosas piezas de platería del XVIII. Cadiñanos, consciente de que la aportación pública debe trascender al ámbito estrictamente religioso, no oculta su empeño en conseguir que, abriendo las puertas al turismo, las propiedades de la Iglesia sirvan para dinamizar la economía.
“Y en San Julián, ¿qué hay para ver?”, preguntaría el ferrolano de a pie —sin culpa alguna, acostumbrado a que el patrimonio urbano de Ferrol esté al otro lado de una muralla o bajo llave, inaccesible en todo caso—, un interrogante que, citando a expertos y ciñéndose a la arquitectura y no al contenido, podría contestarse con siete razones.
1. La contrapropuesta: discusión entre arquitectos
Tras el derrumbe de la antigua iglesia de San Julián, a la que la obra del foso del Arsenal terminó de darle la puntilla, Ferrol se quedó sin parroquia con una población cada vez más numerosa. En ese contexto, el ingeniero y arquitecto militar Julián Sánchez Bort presentó en julio de 1763 al comandante general del Departamento de Ferrol, el Conde de Vega Florida, su proyecto para construir el nuevo templo. Sin embargo, casi un año después, el Marqués de Villaverde propuso no una, sino dos ideas en una contrapropuesta: una más cara y otra “lowcost”, intercambiando diversas críticas y discusiones entre ambos, como recogió Juan José Martín en su artículo “Una obra ferrolana de Julián Sánchez Bort”.

Afortunadamente, la primera fue la escogida, un acierto, como precisó Margarita Sánchez en su libro “La concatedral de San Julián. Una iglesia de la Ilustración en la nueva población de la Magdalena” (Embora, 2009) porque “Jorge Juan y Bort fueron los que hicieron las últimas variaciones del barrio de A Magdalena” y la iglesia “está en perfecta armonía con la Puerta del Dique”, obra de Bort, y “con edificios de Marina en el interior de la muralla firmados por él y Llobet (...). La unidad es total para las tres funciones: la militar, la religiosa y la urbanística”, expresa la historiadora e investigadora destacando un aspecto al que pocas veces se le da la importancia que tiene.
2. Un poco de Roma
Desde 1730 empezaron a llegar a la ría ingenieros militares, así que cuando la Corona tuvo que construir la nueva iglesia y hacerse cargo del coste al haber sido responsable del derrumbe de la anterior, no confió el proyecto a los arquitectos que estaban trabajando para la Iglesia gallega, como es el caso de Fernando Casas Novoa, que hizo la fachada barroca del Obradoiro, así que la elección supuso “la presencia del final del Renacimiento y del Barroco clasicista italianos en Galicia que, a través de la Academia de Bellas Artes de San Fernando [de la que Bort era académico de número], enlazan y evolucionan hacia la simplificación ornamental del Neoclasicismo”, expone Sánchez.
“Imagina los cojones de levantar esta iglesia cuando el Barroco gallego era la arquitectura que había; hacer esto era lo rompedor, lo moderno”, expresa con pasión un colega contemporáneo de Bort con animadversión a que su nombre salga citado en los periódicos.

Esa vuelta a la antigüedad clásica, esa “rebeldía”, dejó en San Julián no pocos elementos que beben de Roma, como la elección del orden jónico siguiendo la enseñanza de Vitruvio —en la Puerta del Dique o el antiguo Cuartel de Instrucción se empleó el dórico por su vinculación a Minerva, Marte o Hércules—, arco de triunfo, arcos de medio punto, cúpulas o el empleo de guirnaldas decorativas que, por cierto, se añadieron después para contentar a los que veían el templo demasiado simple y austero, “feo” —se nota que eran ferrolanos, perdonen la retranca—.
3. Juego de luces
Bort consigue que la Ilustración se cuele, literalmente, por las puertas y las ventanas —a veces, escotillas— que planificó al dedillo. Así, en un tiempo todavía sin el avance de la electricidad, jugó con la orientación, la arquitectura y la cantería para asegurar la iluminación del altar y el resto de las estancias con luz natural, llamando especialmente la atención una ventana, casi convertida en almena, que da a la calle Coruña y posee una fuerte inclinación para dirigir el reflejo del sol y llevarlo hacia el oficiante, como si se tratara de un foco natural.

Tampoco hay que olvidarse de la linterna que corona la bóveda, otro de los lugares que podrían ser visitables cuando en otra fase se acondicione la bajocubierta y que, como recuerda Sánchez, es un elemento estético, pero principalmente práctico: “iluminar desde el centro un edificio de plan central”.
4. Maestros canteros
La primera piedra se puso en 1766 y las obras se prolongaron hasta 1775 —aunque se consagró ya tres años antes y se fue terminando—, surtiendo de piedra dos canteras ubicadas en San Felipe y A Graña —se hizo una rampa en el foso del Arsenal para cruzar con el material— superando en más de un millón el coste final.

Precisamente, la cantería es otro de los elementos que pasa desapercibido y que a los entendidos llama más la atención, aclamando que los bloques labrados para hacerlos cóncavos, los dinteles curvos o las piezas engarzadas como “un tetris” son cuestiones que “nadie hace hoy en día, no hay cantero que lo haga”.
5. Las dos torres
La norte y la sur, la del reloj y la de la campana, iban a ser en principio una sola torre posterior según el primer diseño de Bort. Después, en 1765 propuso hacer las dos, más bajas y alineadas con la fachada, y en 1775 ya aparecen en los planos las actuales. Cuando culminen la restauración, que finalizará en el primer semestre de 2026, la idea del Obispado es llevar a cabo las adaptaciones necesarias y abrirlas al público. Las vistas desde sus 45 metros de altura abarcan hasta la boca de la ría.
6. El reloj que no ardió
Subir las escaleras rehabilitadas ya mientras se escucha el péndulo es una experiencia en sí misma y traslada, inevitablemente, a las páginas de un relato de Poe. El reloj de Andrés Antelo —ferrolano que articuló otras obras de relojería como la de A Berenguela compostelana— es otra joya oculta que no todo el mundo sabe que llegó desde el antiguo Hospital de Marina, hoy Campus Industrial, cuando se quedó sin torre allí tras el gran incendio de 1891. Después de pasar por Barcelona y Suiza, volvió a San Julián reparado y su maquinaria está a la espera de encomendar la tarea de darle cuerda cada día y medio.

7. Las puertas de Ucha
El arquitecto más conocido de cuantos dejaron su huella en Ferrol, Rodolfo Ucha Piñeiro, pudo también estampar su firma en San Julián y lo hizo en el cierre forjado que impide la entrada al pórtico cuando está cerrado. Una “reja” en la que no muchos reparan, pero que esconde hasta seis cabezas de dragón, una por cada hoja de las tres puertas.
Antorchas, coronas de ornamentos vegetales, flores y otros elementos remachados confluyen en una cruz central y una cartela que guarda una anécdota. El conjunto se hizo en el antiguo astillero de Barreras, como atestigua la marca que aún es legible, y cuando llegó se dieron cuenta de que bajo “Parroquial de San Julián de Ferrol” estaba la fecha de construcción del cierre, no del templo. Por eso se pegó una placa por encima para escribir finalmente 1772.

Un órgano del siglo XIX estrenando nueva ubicación lateral
Que los acordes de un instrumento de calidad vuelvan a sonar en el templo ferrolano es el propósito de la Asociación de Amigos del Órgano de San Julián, una entidad sin ánimo de lucro creada en septiembre que se reunía el pasado 22 de octubre con el obispo para transmitirle su principal objetivo: ocuparse de todas las gestiones necesarias para adquirir, instalar y conservar un nuevo aerófono para la concatedral.
De hecho, tal y como avanzó la Diócesis, la junta directiva trasladó una propuesta en este sentido, habiendo seleccionado uno construido en 1843, de procedencia británica, y que se encuentra reservado en Groningen, en los Países Bajos, destacando por “su rica y variada paleta de sonidos”, añaden. Otra novedad es que se colocará en un lateral, liberando el espacio actual de fachada.




