La historia de Kirill y Artem, que dejaron su vida en Siberia para vivir su amor en libertad en Ferrol
En Rusia ser homosexual es sinónimo de estar marcado, señalado y hasta perseguido... de ese infierno se refugian en la ciudad naval dos jóvenes rusos

Kirill y Artem nacieron en Siberia, hace 33 y 38 años, respectivamente, sus vidas se cruzaron en 2010, cuando Artem se trasladó desde Bratsk –próxima al lago Baikal–, donde nació, a Krasnoyarsk, localidad natal de Kirill.
Solo dos meses después de conocerse decidieron irse a vivir juntos y de eso han pasado ya casi 16 años. “Un tiempo defendiendo nuestro derecho a ser una familia, la que nosotros decidimos”, asevera Kirill.
Pero esos primeros años de relación en Rusia no fueron fáciles para ninguno de los dos, y ello pese a vivir en una ciudad grande en la que conviven más de 1,2 millones de personas. Urbe industrializada y muy avanzada pero en la que poco o nada se respetan los derechos de la comunidad Lgbtq+, como ocurre también en otros puntos del país, donde la comunidad ya ha aceptado ser objeto de mofa y burla por el resto de la sociedad. Ellos no lo aceptaron.
De Krasnoyarsk se mudaron a Moscú en 2016 en busca de mejores oportunidades laborales. “Si nos paramos a pensar, nuestra vida juntos ha sido una sucesión de mudanzas... queremos pensar que esta ha sido la definitiva, ya estamos cansados de ser nómadas”, apuntan.
Salir de Rusia se convirtió en “una decisión difícil pero necesaria”, aseveran. La situación en el país se volvió cada vez más complicada: “leyes contra la `propaganda´ gay, discriminación en el trabajo y la sociedad y una creciente atmósfera de peligro”, recuerdan.
Un hecho que trascendió mundialmente, la muerte en extrañas circunstancias en un centro de detención preventiva en Moscú de Andrei Kotov, un hombre de 48 años que organizaba tours para homosexuales, les hizo replantearse sus vidas y hacer las maletas y cambiar de vida.
Como otros inmigrantes, el relato de Artem y Kirill sobre su llegada a Ferrol –hace ahora un año– coincide en el hecho de que a muchos de ellos les “resulta muy difícil encontrar un lugar en el que vivir”. Así, recuerdan que llegaron primero a Pontevedra y una vez allí “intentamos asentarnos, contemplamos casi todas las provincias y localidades, nos quedamos en Cambados primeramente pero no resultó nada fácil...alquilar casa a dos extranjeros con su gato, sin papeles, sin cuenta bancaria nacional, sin contratos de trabajo europeos... fue todo un desafío hasta que casi medio año después solo Ferrol nos recibió con los brazos abiertos, así que en cierta manera fue esta ciudad la que nos llamó a nosotros”, rememora Kirill, quien cree que han sido muy afortunados “por encontrar a ferrolanos dispuestos a ayudarnos y a alquilarnos un piso, pudiendo vivir en el mismo casco histórico”.
De su vida en Ferrol hablan maravillas. “Nos encanta vivir aquí, nadie ni nada nos impide explorar y descubrir la ciudad, hemos visitado muchos museos en Ferrol, A Coruña y Santiago, también hemos viajado lo que hemos podido por la comarca y la provincia, nos encanta poder explorar pueblos pequeños, pero nuestra prioridad hoy por hoy es aprender la lengua”. Sobre este aspecto aseguran que asisten a clases de español para extranjeros en diferentes escuelas, tenemos hasta cuatro clases por semana aunque, para ser honestos, no podemos decir que hayamos avanzado mucho”, explica Kirill. También afirma que en la inmigración “tenemos más amigos y conocidos que en nuestra vida anterior”. De muchos de esos amigos del pasado se fueron distanciando por la falta de empatía por su situación. También lamentan que en la ciudad se relacionan mucho con otros rusos, ucranianos y kazajos y que “tal vez por eso no hemos avanzado tanto como quisiéramos con el español”.
Burocracia y lentitud española
Sobre su adaptación a Ferrol y Galicia recordarán por siempre los primeros días, “había mucha ansiedad, miedos y confusión sobre qué hacer y a dónde ir”. También consideran que “en España es difícil acostumbrarse a los plazos. Esperamos casi un año y medio para tener nuestra primera entrevista con la Policía, solo para que empezaran a revisar nuestro caso”. Esa espera eterna, indican, “irrita, agota y genera desconcierto, hay que tener en cuenta que en todo este tiempo no podemos trabajar, por lo que es difícil hablar de una adaptación plena”, lamentan los jóvenes rusos.
Con todo, ahora ya viven con “cierta sensación de rutina” y aseguran entender al fin el significado de la “tranquilidad española”. Entienden que eso forma parte de la propia adaptación, “pero tenemos la idea de estar aún al principio de nuestro camino. A veces te sientes como un niño que no entiende nada, que no conoce las reglas del juego”.
Lo que más les sorprende de Galicia, dicen, es “ese halo de misterio que la rodea”. “Lo primero que nos sorprendió fue la cantidad de verde que hay por todas partes. En Rusia los inviernos son largos y grises, pero aquí siempre hay verde, también nos quedamos con esa sensación de vivir junto al océano, todavía no nos creemos que el mar sea algo cotidiano para nosotros hoy en día”.
Otro elemento de la comunidad gallega que les entusiasma es la lluvia, “es increíble la de tipos y formas de lluvia que se dan aquí”, bromea Kirill. Pero, fundamentalmente, de esta tierra que los acogió se quedan sobre todo con su gente. “Nos sorprendió siempre su apertura, empatía y disposición para ayudar, los rusos suelen ser más cerrados y serios”.
Por contra, de su país aseguran que solo extrañan a las personas que dejaron atrás y que no pueden abrazar ahora ni “tener con ellos una charla sincera”. No extrañan la comida ya que, como dicen, “si queremos la preparamos aquí, como vareniki o pelmeni”.
Mientras no pueden regularizar su situación, Artem –era psicólogo en su país– colabora con una ONG que ayuda a personas en Rusia, y Kirill sigue ocupando su tiempo con trabajos manuales y artísticos (@soapofdream), mientras anhelan la llegada del momento en que al fin puedan ser ciudadanos de pleno derecho para poder ganarse la vida con su esfuerzo y trabajo.
