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En lo alto del monte de San Pedro, en la cúpula desde la que se observa una de las vistas más hermosas de Coruña –es decir, del mundo–, ha montado Zara una instalación efímera con la que quiere rendir homenaje a la ciudad que la vio nacer hace ahora 50 años. No es una exposición al uso. No es un documental en el que se resuma la epopeya de la empresa. Tampoco una hagiografía de Amancio Ortega. Para nada. Es una experiencia creada por la británica Es Devlin, a medio camino entre el videoarte y la poesía, que ensalza la conexión de Inditex con Coruña y sus circunstancias. Según entiendo yo –desde mi humilde cráneo– con esta hermosa mezcla de palabras, música e imágenes en movimiento, titulada 50 Songs of the Sea, lo que buscan la artista y la firma es subrayar el orgullo coruñés del gigante empresarial.

Sé que hay muchos detractores de Zara en mi ciudad y en el resto del planeta. Bueno, la verdad es que ahora mismo hay muchos detractores de cualquier cosa en mi ciudad y en el resto del planeta. Parece que el oficio de odiador cotiza al alza, mientras que el de amante se desploma. Yo creo que es mucho mejor querer que odiar y que siempre es mucho mejor crear que destruir, pero, claro, este es el eterno debate entre jugar a dibujar regates y jugar a romper piernas. Decía que hay muchos odiadores de Zara incluso en la ciudad desde la que se ha levantado este imperio. Qué quieren que les diga, ya sé que suena muy poco revolucionario y que me lloverán haters con el cuchillo entre los dientes, pero estoy muy orgulloso de que la primera empresa de España por capitalización bursátil esté en Coruña, y no en Barcelona o Madrid. Algo habremos hecho bien en esta humilde esquina atlántica.

Por eso, mientras me pongo el casco reglamentario y me preparo para la lluvia de pedradas, también confieso que me ha encantado el montaje de 50 Songs of the Sea. Estas cincuenta canciones de Zara son las cincuenta canciones de mi querida ciudad y mi adorado Atlántico. Y creo que, ahora mismo, no hay mayor chute de coruñesismo en vena que ver este espectáculo audiovisual, con la mente abierta de par en par y sin prejuicios, para bajar luego a la cafetería del recinto y observar desde sus ventanales cómo reposa la ciudad a nuestros pies, como un gato dormido que ronronea con un ojo siempre abierto. Hay días en que, desde el mirador, lo único que se divisa es un glorioso manto de niebla, del que sólo emerge, impasible y milenaria, la Torre de Hércules. Pero quién necesita más.

No hay que ser experto en arte, ni en poesía, ni en economía, para disfrutar de estas 50 Songs. No hay que ir al monte de San Pedro con mentalidad de comentarista de cineclub. Tampoco conviene acudir en plan comisario de exposición, porque si lo que vas buscando es un relato lineal sobre la fundación de Zara, lo que te encuentras allí arriba es un subidón de poesía. El truco está en colgar los prejuicios en el ropero, junto al paraguas y la gabardina, y dejarse arrastrar por este torrente de imágenes que nos reconcilian con nosotros mismos.

Lo suyo, para completar la experiencia, sería subir a San Pedro con una de las nuevas camisetas de Zara que lucen el nombre de Coruña o, ya puestos, el de Monte Alto. Hay quienes sostienen que lo de Inditex con Monte Alto es apropiación cultural. Claro que son los mismos que, hasta hace dos tuits, aseguraban que la compañía nunca se acuerda de la ciudad, y que piensa más en la calle Serrano que en Vereda del Polvorín. Así que, mientras esperamos a que los odiadores se aclaren y dicten sentencia sobre si es bueno o no que la multinacional gallega rinda tributo a los barrios de Coruña en sus prendas –me da que van a concluir que no, que todo mal, como siempre–, yo me propongo subir a lo alto de San Pedro, enfundado en mi camiseta de Zara del 15002, para zambullirme en las cincuenta canciones de Es Devlin y contemplar luego, desde la cúpula, el skyline de Monte Alto. Porque, en caso de duda, lo correcto siempre es echarse al monte.