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Una rana saltará si la metemos en una cazuela con agua hirviendo, pero si está templada y la calentamos se dejará cocer viva, y esto es lo que le pasa a un país cuando sube su violencia grado a grado. Se empieza normalizando el “Pedro Sánchez hijo de puta” y se escalonan los asaltos a las sedes socialistas, las cacerías de moros, las agresiones a periodistas, la petición de hundir los barcos que recogen a los náufragos de las pateras… y lo que venga a continuación. Una espiral que va de la agresión verbal a la física y de la paliza al crimen, no puede ser espontánea. Muy al contrario persigue crear un clima tan tóxico, que justifique reducir libertades y aumentar la violencia del estado para “restablecer” el orden. La derecha participa en esta estrategia de la tensión creyendo que podrá controlarla “in extremis”, y parte de la izquierda sigue mirándose el ombligo en su zona de confort.