Mi cuenta

Las notificaciones están bloqueadas. ¿Cómo desbloquear?

Los incendios que han arrasado Galicia y otras zonas de España nos dejan imágenes devastadoras: montes y casas reducidos a cenizas, familias que lo han han perdido todo: cosechas, viñedos, pastos, tractores, coches y sus historias personales y familiares… “O lume levounos todo”, decía un vecino castigado por el fuego.

Ante semejante drama cabía esperar que la política se convirtiera en espacio de unidad y de acción coordinada. Sin embargo, lo que estamos percibiendo es a una clase dirigente con acusaciones cruzadas, bronca permanente, cálculos partidistas y buscando ventajas.

El viñetista Ricardo lo resumía acertadamente con la leyenda “en una España arrasada por el fuego solo un árbol florece con vigor, el de la crispación”. La metáfora es certera y cruel: donde debería brotar solidaridad y cooperación, lo único que germina es la confrontación.

La ministra de Defensa lo expresó con claridad: “La gente está harta de que nos peleemos” (aunque después arremetió con fuerza contra los presidentes de las comunidades del PP). Y tenía razón. Porque es una obscenidad ver a dirigentes discutir sobre competencias y responsabilidades pensando en réditos electorales mientras hay ciudadanos que miran con ojos llorosos los restos humeantes de lo que antes era su vida.

Esto genera en los afectados una herida material y emocional: la sensación de abandono, de que sus tragedias personales quedan relegadas a un segundo plano frente al ruido político. En el resto de la sociedad, una mezcla de irritación por la falta de responsabilidad y altura de miras y vergüenza porque la política, en lugar de ser un instrumento al servicio de la gente, aparece como un escenario egoísta, incapaz de responder con sensibilidad al dolor colectivo.

Es preocupante que esto no sea exclusivo de los incendios. Se produjo en la pandemia, en las riadas, se produce ahora con la inmigración y en cada episodio se erosiona un poco más la confianza ciudadana en las instituciones. Cunde la sensación de que los políticos no representan a la gente, se representan a sí mismos y a sus partidos.

La crispación es como un árbol envenenado que no deja crecer la cooperación, la empatía y el consenso básico. Mientras siga floreciendo, seguirá proyectando su sombra tóxica sobre una sociedad que necesita sosiego, esperanza y soluciones. No se trata solo de gestionar, sino de estar a la altura de la tragedia, de comprender el valor de un gesto de unidad, de ser capaces de dejar la disputa cuando la urgencia es otra.

En Galicia, y en tantas otras partes de España, los vecinos volverán a levantar sus casas y a recuperar sus tierras con el esfuerzo de siempre. Lo más difícil es reconstruir la confianza en unos políticos que han olvidado que su deber no es sobrevivir políticamente, sino estar al lado de quienes luchan, día a día, por sobrevivir de verdad.