Agenesia
Simulamos ser una sociedad sensible con las razones de la razón y sería virtud encomiable; si fuese la razón lo que se defiende, siendo ella el utrículo y sáculo, órganos vestibulares, del oído interno, responsables del equilibrio y la gravedad. Pero no lo son porque nuestra sensibilidad no atiende a la razón en sí, sino a nuestras razones, regidas por un órgano visceral sin sentido de equilibrio, ni noción de gravedad que no busca equilibrarnos, sino someternos al preciso desequilibrio que demandan nuestras apetencias intelectuales y censales, a la hora de enfrentar todo debate que nuestro ser social demande en favor de lo dogmático de nuestro ser.
Es cierto, afirmo en nuestra defensa, que el pensamiento hoy, como la comida rápida, la lectura fácil y el ocio virtual, necesita de una estructura siempre en su elaboración y ejecución; no puede permitirse extraviarse en complejos procesos que, por su exigencia y excelencia, le lleven a reflexionar y, en esa debilidad, caer en la tentación de repensar y quizá reequilibrar los fundamentos que sostienen nuestras razones.
Necesitamos que nuestras razones se muestren sin fisura y para ello las comunicamos a aquellos que las admiten e integran en las suyas, renegando de las de esos que osan no ya refutarlas, sino contraponerlas.
No somos, por tanto, oídos sordos, ni lo simulamos, es que carecemos de esos elementales canales que nos permitirían no confundir razones con razón.
