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Comarcas

Los impresionantes 105 años de Josefa, la vecina de Meirás que está “como de ochenta”

Cuando a alguien que está de aniversario se le desea que cumpla muchos más, una querría que los cumpliese como lo hizo este jueves María Josefa Nieto Bogo, una vecina de la parroquia de Meirás, en Valdoviño, que sopló 105 velas rodeada de una gran familia que la adora y disfruta cada minuto con ella, empezando por su hijo Juan. “Estiven sempre rodeada dos meus fillos, sobriños, netos, bisnetos...”, presume la centenaria, reconociendo que estos días ha estado más nerviosa de lo habitual al haberse convertido en una ‘estrella mediática’.

“Debín ser boa”, decía con retranca mientras recogían los regalos que le fueron dando ya antes de comer: un secador de pelo, un perfume de Loewe, un ramo de flores, paños de cocina y una preciosa toquilla de punto. Todo eso, antes de pegarse un homenaje junto a los suyos a base de langostinos, empanada, lacón asado y, por supuesto, tarta. “Non tivemos sorte, que non había percebes”, comentaba uno de los invitados antes de que Josefa, que “non se me da por eles”, recordase con sorna que “os percebes, hay que mollar o cú por eles”.

Admite que nunca pensó que saldría en la televisión y en el periódico, y menos “despois de vella”, ni tampoco llegar a los cien años, pero sostiene que el secreto está en “traballar e comer o que podía e listo”. De lo primero, Josefa no solo crió a sus hijos y ayudó a criar a sus sobrinos y nietos, sino que también cosió y bordó durante décadas.

De lo segundo, “o que máis me gustou sempre foi o caldo: de grelos, de verdura... de todo”, enumera, al tiempo que va recibiendo a más comensales y a las dos auxiliares que acuden a diario a su casa para hacerle la vida más fácil: Marina, del Servizo de Axuda no Fogar de Valdoviño, y Reyes, a la que ha contratado directamente ella.

“Todos temos defectos”

Josefa nació en Meirás un 11 de septiembre de 1920, en una casa muy cerca de la que vive ahora. Sus padres, José y Vicenta, tuvieron cinco hijos y ella era la del medio. “E gañeilles a todos... Todos non poden vivir sempre...”, sentencia apesadumbrada, pero con esa naturalidad característica de las personas mayores cuando hablan de la muerte.

Relata que su padre era albañil, “daquela chamábanlles canteiros”, y fue uno de los que trabajó para construir las baterías defensivas de Campelo, unas de las más impresionantes de la Corta Ártabra. Ella, con tan solo 13 años empezó a coser, aprendiendo con una costurera que iba por las casas, pero en pocos meses ya le tenía cogido el punto y “xa ía eu soa; foi unha época bonita, pero dura porque había que traballar moito”, valora.

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Josefa con su hijo al lado y parte de la familia que se reunió por su cumpleaños | F. C. 

Se fue a buscar clientela a Ferrol y trabajó cosiendo para sastrerías y almacenes tan recordados como Rafael y Vicente, Anido o M. da Silva y, entretanto, conoció a su marido, Juan Gil, cuando estaba “facendo o servizo militar”. Él, que había sido botones en el Casino Ferrolano con tan solo 15 años y saluda con el uniforme desde una foto que preside el salón de Josefa, trabajó después en Bazán, donde falleció muy joven, a los 61, de un infarto durante la jornada, como recuerda su hijo —que también trabajaba en la factoría— emocionándose todavía al rememorar cómo tuvo que  contarle la mala noticia a su madre.

Se habían casado en San Julián, vivieron en el Corral de Chapón y en la calle Magdalena, remando en las estrecheces de la época. “Na miña vida tiven de todo... unhas veces ben, outras menos ben, coma todo o mundo”, resume, contando con retranca que hoy su día a día pasa por “non facer máis que estar sentada e pensar no pasado”.

¿Y en qué piensa? “De todo... O que fixen, o que se fora hoxe non faría... Aínda se lle dan voltas ás cousas que se soubera hoxe non faría, pero as cousas pasan así, todos temos defectos”, reflexiona, asegurando que “eu non me arrepinto de nada; aos que lles fixen ben, que mo agradezan, e eu lles agradezo a eles, e se fixen mal, que mo perdonen” y pidiendo al soplar las velas “saúde e alivio”, dando las gracias entre aplausos. Y su hijo, que nunca se imaginó disfrutar tanto de su madre, no pudo sino afirmar rotundamente que la suya “es la mejor”.